Cada tanto paso por viejos lugares...
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Cada tanto paso por viejos lugares...
El elfo oscuro se detuvo frente a la puerta, no estaba seguro de si había escuchado el viejo bullicio que supo haber dentro, o si su mente le había jugado una mala pasada.
Empujó la puerta que chirrió durante todo su recorrido rompiendo el silencio del salón, y casi se descuelga de una de sus oxidadas bisagras al final del recorrido.
Caminó hasta la barra y se quitó la capucha. Tomó uno de los pocos jarros que no estaban agujereados, y tanteó los toneles. Se sirvió el último tercio de vaso, de cerveza rancia que quedaba en uno de ellos y se dirigió hacia una mesa, iluminada solo por la luna, a través de la ventana desvencijada.
Tomó una de las polvorientas sillas, le quitó las telas de araña y se avalanzó sobre ella, para su sorpresa, esas sillas ya no eran tan sólidas como solían serlo, una de sus patas se hizo añicos, y el elfo terminó desparramado en el piso, lleno de polvo, con una astilla en el brazo y con un tercio de jarro de cerveza rancia derramado encima.
Se quedó unos minutos tendido, y su risa hizo eco en aquel salón vacío. Luego de incorporarse no pudo evitar notar tirada en el piso, la tabla con los nombres de los integrantes del grupo. La tomó en sus manos, fue a la misma mesa y esta vez probó la integridad de la silla antes de posarse sobre ella.
Recorrió uno por uno los nombres, intentando recordar sus rostros, sus voces, y preguntándose que habrá sido de sus vidas. Si habrían pasado por situaciones similares a las que pasó él, qué viajes hicieron, qué amores encontraron, que futuro habrán forjado para si mismos, o si,tal vez, aún saldrían de vez en cuando, en busca de aventuras.
Antes de retirarse puso de nuevo el clavo en la pared, y cuidadosamente acomodó la tabla, en el lugar que pertenecía.
Empujó la puerta que chirrió durante todo su recorrido rompiendo el silencio del salón, y casi se descuelga de una de sus oxidadas bisagras al final del recorrido.
Caminó hasta la barra y se quitó la capucha. Tomó uno de los pocos jarros que no estaban agujereados, y tanteó los toneles. Se sirvió el último tercio de vaso, de cerveza rancia que quedaba en uno de ellos y se dirigió hacia una mesa, iluminada solo por la luna, a través de la ventana desvencijada.
Tomó una de las polvorientas sillas, le quitó las telas de araña y se avalanzó sobre ella, para su sorpresa, esas sillas ya no eran tan sólidas como solían serlo, una de sus patas se hizo añicos, y el elfo terminó desparramado en el piso, lleno de polvo, con una astilla en el brazo y con un tercio de jarro de cerveza rancia derramado encima.
Se quedó unos minutos tendido, y su risa hizo eco en aquel salón vacío. Luego de incorporarse no pudo evitar notar tirada en el piso, la tabla con los nombres de los integrantes del grupo. La tomó en sus manos, fue a la misma mesa y esta vez probó la integridad de la silla antes de posarse sobre ella.
Recorrió uno por uno los nombres, intentando recordar sus rostros, sus voces, y preguntándose que habrá sido de sus vidas. Si habrían pasado por situaciones similares a las que pasó él, qué viajes hicieron, qué amores encontraron, que futuro habrán forjado para si mismos, o si,tal vez, aún saldrían de vez en cuando, en busca de aventuras.
Antes de retirarse puso de nuevo el clavo en la pared, y cuidadosamente acomodó la tabla, en el lugar que pertenecía.
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